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                          Jardín de infancia [Cuento] Naguib Mahfuz






                          **


                          -Papá...-¿Qué?
                          -Yo y mi amiga Nadia siempre estamos juntas.
                          -Claro, mujer, porque es tu amiga.
                          -En clase... en el recreo... a la hora de comer...
                          -Estupendo... es una niña buena y juiciosa.
                          -Pero en la hora de religión yo voy a una clase y ella a otra.
                          Miró a la madre y vio que sonreía, ocupada en bordar un mantel. Y dijo, sonriendo también:
                          -Sí... pero sólo en la clase de religión...
                          -¿Y por qué, papá?
                          -Porque tú eres de una religión y ella de otra.
                          -Pero, ¿por qué, papá?
                          -Porque tú eres musulmana y ella cristiana.
                          -¿Y por qué, papá?
                          -Eres aún muy pequeña, ya lo comprenderás...
                          -No, ¡soy mayor!
                          -No, eres pequeña, cariñito...
                          -¿Y por qué soy musulmana?
                          Debía ser comprensivo y delicado: no faltar a los preceptos de la pedagogía moderna a la primera dificultad. Contestó:
                          -Porque papá es musulmán... mamá es musulmana...
                          -¿Y Nadia?
                          -Porque su papá es cristiano y su mamá también...
                          -¿Porque su papá lleva gafas?
                          -No... Las gafas no tienen nada que ver. Es porque su abuelo también era cristiano y...
                          Siguió con la cadena de antepasados hasta aburrirse. Trató de cambiar el tema pero la niña preguntó:
                          -¿Cuál es mejor?
                          Dudó un momento antes de contestar:
                          -Las dos...
                          -¡Pero yo quiero saber cuál es mejor!
                          -Es que las dos lo son.
                          -¿Y por qué no me hago cristiana para estar siempre con Nadia?
                          -No, cariñito, es mejor que no. Hay que ser lo mismo que papá y que mamá...
                          -¿Y por qué?
                          Francamente: la pedagogía moderna es tiránica.
                          -¿Por qué no esperas a ser mayor?
                          -No. ¡Ahora!
                          -Bien. Digamos que por gusto. A ella le gusta más una y tú prefieres la otra. Tú eres musulmana y ella tiene otro gusto. Por eso tienes que seguir siendo musulmana.
                          -¿Nadia tiene mal gusto?
                          Dios confunda a ti y a Nadia. Había metido la pata a pesar de las precauciones. Se lanzó sin piedad al cuello de una botella.
                          -Sobre gustos no hay nada escrito. Lo único imprescindible es seguir siendo como papá y mamá...
                          -¿Puedo decirle que ella tiene mal gusto y yo no?
                          Salió al paso:
                          -Las dos son buenas: tanto el Islam como el Cristianismo adoran a Dios.
                          -¿Y por qué yo lo adoro en una habitación y ella en otra?
                          -Porque ella lo adora de una manera y tú de otra.
                          -¿Y cuál es la diferencia, papá?
                          -Ya lo estudiarás el año que viene o el otro. Por el momento confórmate con saber que Islam y Cristianismo adoran a Dios.
                          -¿Y quién es Dios, papá?
                          Se detuvo, reflexionó un segundo y preguntó, extremando las precauciones:
                          -¿Qué les ha dicho Abla?
                          -Lee la azora y nos enseña a rezar, pero yo no sé. ¿Quién es Dios, papá?
                          Se quedó pensando con sonrisa torcida. Luego:
                          -Es el Creador del mundo.
                          -¿De todo?
                          -De todo.
                          -¿Qué quiere decir Creador, papá?
                          -Quiere decir que lo ha hecho todo.
                          -¿Cómo, papá?
                          -Con su Sumo poder.
                          -¿Y dónde vive?
                          -En todo el mundo.
                          -¿Y antes del mundo?
                          -Arriba...
                          -¿En el cielo?
                          -Sí...
                          -Quiero verlo.
                          -No se puede.
                          -¿Ni en la televisión?
                          -No.
                          -¿Y no lo ha visto nadie?
                          -Nadie.
                          -¿Y por qué sabes que está arriba?
                          -Porque sí.
                          -¿Quién adivinó que estaba arriba?
                          -Los profetas.
                          -¿Los profetas?
                          -Sí, como nuestro señor Mahoma.
                          -¿Y cómo, papá?
                          -Por una gracia especial.
                          -¿Tenía los ojos muy grandes?
                          -Sí.
                          -¿Y por qué, papá?
                          -Porque Dios lo creó así.
                          -¿Y por qué, papá?
                          Contestó tratando de no perder la paciencia:
                          -Porque puede hacer lo que quiere...
                          -¿Y cómo dices que es?
                          -Muy grande, muy fuerte, todo lo puede...
                          -¿Como tú, papá?
                          Contestó disimulando una sonrisa:
                          -Es incomparable.
                          -¿Y por qué vive arriba?
                          -Porque en la tierra no cabe, pero lo ve todo.
                          Se distrajo un momento, pero volvió:
                          -Pues Nadia me ha dicho que vivió en la tierra.
                          -No es eso; es que lo ve todo como si viviese en todas partes.
                          -Y también me ha dicho que la gente lo mató.
                          -No, está vivo, no ha muerto.
                          -Pues Nadia me ha dicho que lo mataron.
                          -Qué va, cariñito, creyeron que lo habían matado pero estaba vivo.
                          -¿El abuelo también está vivo?
                          -No, el abuelo murió.
                          -¿Lo han matado?
                          -No, se murió.
                          -¿Cómo?
                          -Se puso enfermo y se murió.
                          -Entonces ¿mi hermana va a morirse?
                          Frunció las cejas y contestó advirtiendo un movimiento de reproche del lado de la madre:
                          -Ni mucho menos, ella se curará si Dios quiere...
                          -¿Por qué se murió entonces el abuelo?
                          -Porque cuando se puso enfermo era ya mayor.
                          -¡Pues tú eres mayor, has estado enfermo y no te has muerto!
                          La madre lo miró regañona. Luego pasó la vista de uno a otro azorada. Él dijo:
                          -Nos morimos cuando Dios lo dispone.
                          -¿Y por qué dispone Dios que nos muramos?
                          -Porque es libre de hacer lo que quiere.
                          -¿Es bonito morirse?
                          -Qué va, mi vida.
                          -¿Y por qué Dios quiere una cosa que no es bonita?
                          -Todo lo que Dios quiere para nosotros es bueno.
                          -Pero tú acabas de decir que no lo es.
                          -Me he equivocado, querida.
                          -¿Y por qué mamá se ha enfadado cuando he dicho que por qué no te habías muerto?
                          -Porque todavía no es la voluntad de Dios que yo muera.
                          -¿Y por qué no, papá?
                          -Porque Él nos ha puesto aquí y Él nos lleva.
                          -¿Y por qué, papá?
                          -Para que hagamos cosas buenas aquí antes de irnos.
                          -¿Y por qué no nos quedamos siempre?
                          -Porque si nos quedásemos no habría sitio para todos en la tierra.
                          -¿Y dejamos las cosas buenas?
                          -Sí, por otras mucho mejores.
                          -¿Dónde están?
                          -Arriba.
                          -¿Con Dios?
                          -Sí.
                          -¿Y lo veremos?
                          -Sí.
                          -¿Y eso es bonito?
                          -Claro.
                          -Entonces, ¡vámonos!
                          -Pero aún no hemos hecho cosas buenas.
                          -¿El abuelo las había hecho?
                          -Sí.
                          -¿Cuáles?
                          -Construir una casa, plantar un jardín...
                          -¿Y qué había hecho el primo Totó?
                          Por un momento se puso sombrío. Echó a la madre furtivamente una mirada desvalida, luego contestó:
                          -Él también había construido una casa, aunque pequeña, antes de irse...
                          -Pues Lulú el vecino me pega y nunca hace cosas buenas...
                          -Es que él ha nacido anormal.
                          -¿Y cuándo va a morirse?
                          -Cuando Dios quiera.
                          -¿Aunque no haga cosas buenas?
                          -Todos tenemos que morir. Los que hacen cosas buenas se van con Dios y los que hacen cosas malas se van al infierno.
                          Suspiró y se quedó callada. El padre se sintió materialmente aliviado. No sabía si lo había hecho bien o si se había equivocado. Aquel torrente de preguntas había removido interrogaciones sedimentadas en lo más hondo de sí. Pero la incansable criatura gritó:
                          -¡Yo quiero estar siempre con Nadia!
                          La miró inquisitivo y ella declaró:
                          -¡En la clase de religión también!
                          Se rió estrepitosamente, la madre también rió, él dijo bostezando:
                          -Nunca imaginé que fuera posible discutir estas cuestiones a semejante nivel...
                          Habló la mujer:
                          -Llegará el día en que la niña crezca y puedas razonarle las verdades.
                          Se volvió para comprobar si aquellas palabras eran sinceras o irónicas y la encontró enfrascada en el bordado.
                          FIN
                          **
                          Titulo y autor -Jardín de infancia [Cuento] Naguib Mahfuz
                          **
                          Wikipedia -

                          Naguib Mahfuz - Wikipedia, la enciclopedia libre

                          es.wikipedia.org/wiki/Naguib_Mahfuz
                          Naguib Mahfuz, en árabe نجيب محفوظ (El Cairo, 11 de diciembre de 1911 - íd., 30 de agosto de 2006), fue un escritor egipcio. Conocido especialmente por su ...


                          **
                          Si te ha gustado lo mejor que debes hacer es ir a su blog/pagina.*****En mi blog no puedes dejar comentarios , pero si en el del autor. ********HA ENTRADO EN el BLOG/ARCHIVO de VRedondoF. Soy un EMPRESARIO JUBILADO que me limito al ARCHIVO de lo que me voy encontrando "EN LA NUBE" y me parece interesante. Lo intento hacer de una forma ordenada/organizada mediante los blogs gratuitos de Blogger. Utilizo el sistema COPIAR/PEGAR, luego lo archivo. ( Solo lo INTERESANTE según mi criterio). Tengo una serie de familiares/ amigos/ conocidos (yo le llamo "LA PEÑA") que me animan a que se los archive para leerlo ellos después. Los artículos que COPIO Y PEGO EN MI ARCHIVO o RECOPILACIÓN (cada uno que le llame como quiera) , contienen opiniones con las que yo puedo o no, estar de acuerdo. ******** Cuando incorporo MI OPINIÓN, la identifico CLARAMENTE, con la única pretensión de DIFERENCIARLA del articulo original. ***** Mi correo electrónico es vredondof (arroba) gmail.com por si quieres que publique algo o hacer algún comentario.***** Por favor! Si te ha molestado el que yo haya publicado algún artículo o fotografía tuya, ponte en contacto conmigo (vredondof - arroba - gmail.com ) para solucionarlo o retirarlo 
                          Leer más...

                          Las muñecas [Cuento] Juan Rodolfo Wilcock




                          **
                          Es un gran armario de madera de nogal, simple, vertical, al mismo tiempo pesado y elegante, casi un símbolo de la digna estabilidad; por otra parte está siempre cerrado. Por dentro, el armario está dividido con estantecitos, y en cada uno de estos estantes vive una escritora; en realidad son las viejas muñecas que se volvieron escritoras solamente por obra de la inacción, la oscuridad y el aburrimiento. Por esa razón todas llevan trajes coloridos, a menudo los trajes de alguna región o provincia, y la cabeza ligeramente desproporcionada respecto al cuerpo, demasiado aplanada, demasiado en punta o simplemente demasiado voluminosa; salvo una poetisa que la tiene pequeñísima, y esto hace reír mucho a las demás, como si tener la cabeza pequeña fuese más gracioso que tenerla grande.

                          De todas formas, y como el armario no se abre nunca, y los estantes no permiten otra comunicación que la habitual entre los presos, por medio de golpecitos dados en un sistema convencional, poco a poco casi todas las muñecas se han dedicado a la literatura, y así se volvieron novelistas, poetisas, críticas literarias, críticas teatrales y consultoras de editoriales. Allí dentro todo es un continuo repiqueteo: cada una quiere hacer oír a las otras sus propias obras. Pero éstas son, de más está decirlo, obras de muñecas. Está la novelista con gafas que después de diez años de trabajo consiguió escribir esta novela, titulada Huelga: "Hacía frío. Los obreros hacían huelga. Sobre el más frío el más joven murió de huelga". Está la dramaturga de vanguardia que cada año presenta la misma comedia en un acto, tituladaEl otro: "ANA: Dame un beso, Edgardo. EDGARDO: No puedo, amo a otro". Está la chica teatral que cada semana redacta su veredicto: "Brava la Breva en el papel de Briva". Y está la poetisa de la cabeza pequeña, la más prolífica de todas, que una vez al mes rehace, cambiando la rima, la misma lírica:

                          Pobres
                          los
                          Pobres.
                          En la oscuridad, convencidas de su importancia, las muñecas de la cabeza desproporcionada se mueven, toman posturas, amenazan a los gobiernos extranjeros si éstos quisieran seguir persistiendo en el error, y pasan todo el día transmitiéndose sus propias composiciones. En vano, porque ninguna de ellas quiere escuchar lo que escriben las otras, y por otra parte no todas manejan el mismo sistema convencional de golpecitos, así que sus esfuerzos caen inexorablemente en el vacío. A veces alguien se acerca al armario cerrado, acerca la oreja a las puertas de nogal, y comenta: "¡Pero este armario está lleno de ratones!" Por eso nadie quiere abrirlo.
                          FIN
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                          Titulo y autor -Las muñecas[Cuento. Texto completo]
                          Juan Rodolfo Wilcock
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                          Wikipedia -
                          1. Juan Rodolfo Wilcock - Wikipedia, la enciclopedia libre

                            es.wikipedia.org/wiki/Juan_Rodolfo_Wilcock
                            Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 17 de abril de 1919 – Lubriano, Italia, 16 de marzo de 1978) fue un poeta, crítico, traductor y escritor nacido en Argentina y ...
                          2. Cuentos de Juan Rodolfo Wilcock - Biblioteca Digital Ciudad Seva

                            www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/wilcock/jrw.htm
                            Juan Rodolfo Wilcock Argentina: 1919-1978. Cuentos Textos electrónicos completos. Agrimensor Bene Nio · Capitán Luiso Ferrauto · El ángel · Giocoso Spelli ...


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                          Si te ha gustado lo mejor que debes hacer es ir a su blog/pagina.*****En mi blog no puedes dejar comentarios , pero si en el del autor. ********HA ENTRADO EN el BLOG/ARCHIVO de VRedondoF. Soy un EMPRESARIO JUBILADO que me limito al ARCHIVO de lo que me voy encontrando "EN LA NUBE" y me parece interesante. Lo intento hacer de una forma ordenada/organizada mediante los blogs gratuitos de Blogger. Utilizo el sistema COPIAR/PEGAR, luego lo archivo. ( Solo lo INTERESANTE según mi criterio). Tengo una serie de familiares/ amigos/ conocidos (yo le llamo "LA PEÑA") que me animan a que se los archive para leerlo ellos después. Los artículos que COPIO Y PEGO EN MI ARCHIVO o RECOPILACIÓN (cada uno que le llame como quiera) , contienen opiniones con las que yo puedo o no, estar de acuerdo. ******** Cuando incorporo MI OPINIÓN, la identifico CLARAMENTE, con la única pretensión de DIFERENCIARLA del articulo original. ***** Mi correo electrónico es vredondof (arroba) gmail.com por si quieres que publique algo o hacer algún comentario.***** Por favor! Si te ha molestado el que yo haya publicado algún artículo o fotografía tuya, ponte en contacto conmigo (vredondof - arroba - gmail.com ) para solucionarlo o retirarlo 
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                          Confesión encontrada en una prisión de la época de Carlos II [Cuento] Charles Dickens






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                          Tenía el grado de teniente en el ejército de Su Majestad y serví en el extranjero en las campañas de 1677 y 1678. Concluido el tratado de Nimega, regresé a casa y, abandonando el servicio militar, me retiré a una pequeña propiedad situada a escasos kilómetros al este de Londres, que había adquirido recientemente por derechos de mi esposa.Ésta será la última noche de mi vida, por lo que expresaré toda la verdad sin disfraz alguno. Nunca fui un hombre valiente, y siempre, desde mi niñez, tuve una naturaleza desconfiada, reservada y hosca. Hablo de mí mismo como si no estuviera ya en el mundo, pues mientras escribo esto están cavando mi tumba y escribiendo mi nombre en el libro negro de la muerte.
                          Poco después de mi regreso a Inglaterra mi único hermano contrajo una enfermedad mortal. Esta circunstancia apenas me produjo dolor alguno, pues casi no nos habíamos relacionado desde que nos hicimos adultos. Él era un hombre generoso y de corazón abierto, de mejor aspecto físico que yo, más satisfecho de la vida y en general amado. Los que por ser amigos suyos quisieron conocerme en el extranjero o en nuestro país, raras veces seguían viéndome mucho tiempo, y solían decir en nuestra primera conversación que se sorprendían de encontrar dos hermanos que fueran tan distintos en sus maneras y aspecto. Acostumbraba yo a provocar esa declaración, pues sabía las comparaciones que iban a hacer entre ambos y, como sentía en mi corazón una enconada envidia, trataba de justificarla ante mí mismo.
                          Nos habíamos casado con dos hermanas. Este vínculo adicional entre nosotros, tal como lo considerarían algunos, en realidad sirvió sólo para apartarnos más. Su esposa me conocía bien. Nunca, estando ella presente, mostré mis celos o rencores secretos, pero aquella mujer los conocía tan bien como yo. Nunca, en aquellos momentos, levanté mi vista sin encontrar la suya fija en mí; nunca miré al suelo o hacia otra parte sin tener la sensación de que seguía vigilándome. Para mí era un alivio inexpresable cuando disputábamos, y fue un alivio todavía mayor cuando, encontrándome en el extranjero, me enteré de que había muerto. Tengo ahora la sensación de que era como si se hallara suspendida sobre nosotros una extraña y terrible prefiguración de lo que ha sucedido desde entonces. Tenía miedo de ella, me obsesionaba; su mirada fija vuelve ahora hacia mí como el recuerdo de un sueño oscuro, haciendo que se enfríe mi sangre.
                          Ella murió poco después de dar a luz a un hijo, un niño. Cuando mi hermano supo que había perdido toda esperanza de recuperación en su propia enfermedad, llamó a mi esposa junto a su lecho y confió el huérfano a su protección, un niño de cuatro años. Legó al niño todas las propiedades que tenía y escribió en el testamento que, en caso de que muriera su hijo, las propiedades pasaran a mi esposa como único reconocimiento que podía hacerle de sus cuidados y amor. Cambió conmigo unas cuantas palabras fraternales, deplorando nuestra prolongada separación y, hallándose agotado, se hundió en un sueño del que nunca despertó.
                          Nosotros no teníamos hijos, y como entre las hermanas había existido un afecto profundo, y mi esposa había ocupado casi el lugar de una madre para aquel muchacho, lo amaba como si ella misma lo hubiera tenido. El niño estaba muy unido a ella, pero era la imagen de su madre tanto en el rostro como en el espíritu, y desconfió siempre de mí.
                          No puedo precisar la fecha en la que tuve por primera vez aquella sensación, pero sé que muy poco después empecé a sentirme inquieto cuando estaba junto a aquel niño. Siempre que salía de mis melancólicos pensamientos, lo encontraba mirándome con fijeza, pero no con esa simple curiosidad infantil, sino con algo que contenía el propósito y el significado que con tanta frecuencia había observado yo en su madre. No se trataba de un resultado de mi fantasía, basado en el gran parecido que tenía con ella en los rasgos y la expresión. Jamás lo sorprendí con la mirada baja. Me tenía miedo, pero al mismo tiempo parecía despreciarme instintivamente; y aunque retrocediera ante mi mirada, tal como solía hacer cuando estábamos a solas, aproximándose a la puerta seguía manteniendo fijos en mí sus ojos brillantes.
                          Es posible que me esté ocultando a mí mismo la verdad, pero no creo que cuando comenzó todo aquello hubiera pensado yo en hacerle mal alguno. Quizá considerara lo bien que nos vendría su herencia, y hasta puede que deseara su muerte, pero creo que jamás pensé en lograrla por mis propios medios. La idea no me llegó de repente, sino poco a poco, presentándose al principio con una forma difusa, como a gran distancia, de la misma manera que los hombres pueden pensar en un terremoto, o en el último día de su vida, que luego se va acercando más y más, perdiendo con ello parte de su horror e improbabilidad, y luego toma carne y hueso; o mejor dicho, se convierte en la sustancia y la suma total de todos mis pensamientos diarios y en una cuestión de medios y de seguridad; ya no existe el planteamiento de cometer o no el hecho.
                          Mientras todo aquello sucedía en mi interior, no podía soportar que el niño me viera mientras yo lo miraba, pero una fascinación me arrastraba a contemplar su cuerpo ligero y frágil pensando en lo fácil que me resultaría hacerlo. A veces me deslizaba escaleras arriba y lo observaba mientras dormía, pero lo más habitual era que rondara por el jardín cerca de la ventana de la habitación en la que se hallaba inclinado realizando sus tareas, y allí, mientras él permanecía sentado en una silla baja al lado de mi esposa, yo lo miraba durante horas escondido detrás de un árbol: escondiéndome y sorprendiéndome, como el infeliz culpable que era, ante el menor ruido provocado por una hoja, pero volviendo a mirar de nuevo.
                          Muy próxima a nuestra casa, pero lejos de nuestra vista, y también de nuestro oído en cuanto el viento se agitara mínimamente, había una extensión profunda de agua. Empleé varios días en dar forma con mi navaja a un tosco modelo de bote, que por fin terminé y dejé donde el niño pudiera encontrarlo. Me oculté entonces en un lugar secreto por el que tendría que pasar si se escapaba a solas para hacer navegar el juguetito, y aguardé allí su llegada. No llegó ni ese día ni al siguiente, aunque esperé desde el mediodía hasta la caída de la noche. Estaba convencido de haberlo apresado en mi red, pues lo oí hablar del juguete, y sé que, en su placer infantil, lo guardaba a su lado en la cama. No sentía cansancio ni fatiga, sino que esperaba pacientemente, y al tercer día pasó junto a mí corriendo gozosamente con sus cabellos sedosos al viento y cantando, que Dios se apiade de mí, cantando una alegre balada cuyas palabras apenas podía cecear.
                          Me deslicé tras él ocultándome en unos matorrales que crecían allí y sólo el diablo sabe con qué terror yo, un hombre hecho y derecho, seguía los pasos de aquel niño que se aproximaba a la orilla de agua. Estaba ya junto a él, había agachado una rodilla y levantado una mano para empujarlo, cuando vi una sombra en la corriente y me di la vuelta.
                          El fantasma de su madre me miraba desde los ojos del niño. El sol salió de detrás de una nube: brillaba en el cielo, en la tierra, en el agua clara y en las gotas centelleantes de lluvia que había sobre las hojas. Había ojos por todas partes. El inmenso universo completo de luz estaba allí para presenciar el asesinato. No sé lo que dijo; procedía de una sangre valiente y varonil, y a pesar de ser un niño no se acobardó ni trató de halagarme. No le oí decir entre lloros que trataría de amarme, ni le vi corriendo de vuelta a casa. Lo siguiente que recuerdo fue la espada en mi mano y al muerto a mis pies con manchas de sangre de las cuchilladas aquí y allá, pero en nada diferente del cuerpo que había contemplado mientras dormía... estaba, además, en la misma actitud, con la mejilla apoyada sobre su manecita.
                          Lo tomé en los brazos, con gran suavidad ahora que estaba muerto, y lo llevé hasta una espesura. Aquel día mi esposa había salido de casa y no regresaría hasta el día siguiente. La ventana de nuestro dormitorio, el único que había en ese lado de la casa, estaba sólo a escasos metros del suelo, por lo que decidí bajar por ella durante la noche y enterrarlo en el jardín. No pensé que había fracasado en mi propósito, ni que dragarían el agua sin encontrar nada, ni que el dinero debería aguardar ahora por cuanto yo tenía que dar a entender que el niño se había perdido, o lo habían raptado. Todos mis pensamientos se concentraban en la necesidad absorbente de ocultar lo que había hecho.
                          No existe lengua humana capaz de expresar, ni mente de hombre capaz de concebir, cómo me sentí cuando vinieron a decirme que el niño se había perdido, cuando ordené buscarlo en todas las direcciones, cuando me aferraba tembloroso a cada uno de los que se acercaban. Lo enterré aquella noche. Cuando separé los matorrales y miré en la oscura espesura vi sobre el niño asesinado una luciérnaga, que brillaba come el espíritu visible de Dios. Miré a su tumba cuando lo coloqué allí y seguía brillando sobre su pecho: un ojo de fuego que miraba hacia el cielo suplicando a las estrellas que observaran mi trabajo.
                          Tuve que ir a recibir a mi esposa y darle la noticia, dándole también la esperanza de que el niño fuera encontrado pronto. Supongo que todo aquello lo hice con apariencia de sinceridad, pues nadie sospechó de mí. Hecho aquello, me senté junto a la ventana del dormitorio el día entero observando el lugar en el que se ocultaba el terrible secreto.
                          Era un trozo de terreno que había cavado para replantarlo con hierba, y que había elegido porque resultaba menos probable que los rastros del azadón llamaran la atención. Los trabajadores que sembraban la hierba debieron pensar que estaba loco. Continuamente les decía que aceleraran el trabajo, salía fuera y trabajaba con ellos, pisaba la hierba con los pies y les metía prisa con gestos frenéticos. Terminaron la tarea antes de la noche y entonces me consideré relativamente a salvo.
                          Dormí no como los hombres que despiertan alegres y físicamente recuperados, pero dormí, pasando de unos sueños vagos y sombríos en los que era perseguido a visiones de una parcela de hierba, a través de la cual brotaba ahora una mano, luego un pie, y luego la cabeza. En esos momentos siempre despertaba y me acercaba a la ventana para asegurarme de que aquello no fuera cierto. Después, volvía a meterme en la cama; y así pasé la noche entre sobresaltos, levantándome y acostándome más de veinte veces, y teniendo el mismo sueño una y otra vez, lo que era mucho peor que estar despierto, pues cada sueño significaba una noche entera de sufrimiento. Una vez pensé que el niño estaba vivo y que nunca había tratado de asesinarlo. Despertar de ese sueño significó el mayor dolor de todos.
                          Volví a sentarme junto a la ventana al día siguiente, sin apartar nunca la mirada del lugar que, aunque cubierto por la hierba, resultaba tan evidente para mí, en su forma, su tamaño, su profundidad y sus bordes mellados, como si hubiera estado abierto a la luz del día. Cuando un criado pasó por encima creí que podría hundirse. Una vez que hubo pasado miré para comprobar que sus pies no hubieran deshecho los bordes. Si un pájaro se posaba allí me aterraba pensar que por alguna intervención extraña fuera decisivo para provocar el descubrimiento; si una brisa de aire soplaba por encima, a mí me susurraba la palabra asesinato. No había nada que viera o escuchara, por ordinario o poco importante que fuera, que no me aterrara. Y en ese estado de vigilancia incesante pasé tres días.
                          Al cuarto día llegó hasta mi puerta un hombre que había servido conmigo en el extranjero, acompañado por un hermano suyo, oficial, a quien nunca había visto. Sentí que no podría soportar dejar de contemplar la parcela. Era una tarde de verano y le pedí a los criados que sacaran al jardín una mesa y una botella de vino. Me senté entonces, colocando la silla sobre la tumba, y tranquilo, con la seguridad de que nadie podría turbarla ahora sin mi conocimiento, intenté beber y charlar.
                          Ellos me desearon que mi esposa se encontrara bien, que no se viera obligada a guardar cama; esperaban no haberla asustado. ¿Qué podía decirles, con lengua titubeante, acerca del niño? El oficial al que no conocía era un hombre tímido que mantenía la vista en el suelo mientras yo hablaba ¡Incluso eso me aterraba! No podía apartar de mí idea de que había visto allí algo que le hacía sospechar la verdad. Precipitadamente le pregunté si suponía que... pero me detuve.
                          -¿Que el niño ha sido asesinado? -contestó mirándome amablemente-. ¡Oh, no! ¿Qué puede ganar un hombre asesinando a un pobre niño?
                          Yo podía contestarle mejor que nadie lo que podía ganar un hombre con tal hecho, pero mantuve la tranquilidad, aunque me recorrió un escalofrío.
                          Entendiendo equivocadamente mi emoción, ambos se esforzaron por darme ánimos con la esperanza de que con toda seguridad encontrarían niño -¡qué gran alegría significaba eso para mí!- cuando de pronto oímos un aullido bajo y profundo, y saltaron sobre el muro dos enormes perros que, dando botes por el jardín, repitieron los ladridos que ya habíamos oído.
                          -¡Son sabuesos! -gritaron mis visitantes.
                          ¡No era necesario que me lo dijeran! Aunque en toda mi vida hubiera visto un perro de esa raza, supe lo que eran y para qué habían venido. Aferré los codos sobre la silla y ninguno de nosotros habló o se movió.
                          -Son de pura raza -comentó el hombre al que había conocido en el extranjero-. Sin duda no habían hecho suficiente ejercicio y se han escapado.
                          Tanto él como su amigo se dieron la vuelta para contemplar a los perros, que se movían incesantemente con el hocico pegado al suelo, corriendo de aquí para allá, de arriba abajo, dando vueltas en círculo, lanzándose en frenéticas carreras, sin prestarnos la menor atención en todo el tiempo, pero repitiendo una y otra vez el aullido que ya habíamos oído, y acercando el hocico al suelo para rastrear ansiosamente aquí y allá. Empezaron de pronto a olisquear la tierra con mayor ansiedad que nunca, y aunque seguían igual de inquietos, ya no hacían recorridos tan amplios como al principio, sino que se mantenían cerca de un lugar y constantemente disminuían la distancia que había entre ellos y yo.
                          Llegaron finalmente junto al sillón en el que yo me hallaba y lanzaron una vez más su terrorífico aullido, tratando de desgarrar las patas de la silla que les impedía excavar el suelo. Pude ver mi aspecto en el rostro de los dos hombres que me acompañaban.
                          -Han olido alguna presa -dijeron los dos al unísono.
                          -¡No han olido nada! -grité yo.
                          -¡Por Dios, apártese! -dijo el conocido mío con gran preocupación-. Si no, van a despedazarle.
                          -¡Aunque me despedacen miembro a miembro no me apartaré de aquí! -grité yo-. ¿Acaso los perros van a precipitar a los hombres a una muerte vergonzosa? Ataquémosles con hachas, despedacémoslos
                          -¡Aquí hay algún misterio extraño! -dijo el oficial al que yo no conocía, sacando la espada-. En el nombre delrey Carlos, ayúdame a detener a este hombre.
                          Ambos saltaron sobre mí y me apartaron, aunque yo luché, mordiéndolos y golpeándolos como un loco. Al poco rato ambos me inmovilizaron, y vi a los coléricos perros abriendo la tierra y lanzándola al aire con las patas como si fuera agua.
                          ¿He de contar algo más? Que caí de rodillas, y con un castañeteo de dientes confesé la verdad y rogué que me perdonaran. Me han negado el perdón, y vuelvo a confesar la verdad. He sido juzgado por el crimen, me han encontrado culpable y sentenciado. No tengo valor para anticipar mi destino, o para enfrentarme varonilmente a él. No tengo compasión, ni consuelo, ni esperanza, ni amigo alguno. Felizmente, mi esposa ha perdido las facultades que le permitirían ser consciente de mi desgracia o de la suya. ¡Estoy solo en este calabozo de piedra con mi espíritu maligno, y moriré mañana!
                          FIN
                          A Confession Found In A Prison In The Time of Charles II
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                          Titulo y autor -Confesión encontrada en una prisión de la época de Carlos II[Cuento. Texto completo]
                          Charles Dickens
                          **
                          Wikipedia -
                          1. Charles Dickens - Wikipedia, la enciclopedia libre

                            es.wikipedia.org/wiki/Charles_Dickens
                            Charles John Huffam Dickens (Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812 – Gads Hill Place, Inglaterra, 9 de junio de 1870) fue un famoso novelista inglés, ...
                          2. Charles Dickens - Wikipedia, the free encyclopedia

                            en.wikipedia.org/wiki/Charles_Dickens - Traducir esta página
                            Charles John Huffam Dickens was an English writer and social critic who is generally regarded as the greatest novelist of the Victorian period and the creator of ...
                          3. Imágenes de Charles Dickens

                             - Informar sobre las imágenes
                          4. Charles Dickens - Bibliotecas Virtuales

                            www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/.../dickens/index.asp
                            Charles Dickens es un famoso novelista inglés y uno de los más conocidos de la literatura universal, quien supo manejar con maestría el género narrativo, ...
                          5. Charles Dickens

                            epdlp.com/escritor.php?id=1646
                            El joven Charles se vio obligado, pues, a mantenerse por sí mismo, y entró a trabajar en una fábrica de tintes. Esta desagradable experiencia, que más tarde ...
                          6. Biografia de Charles Dickens

                            www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dickens.htm
                            Charles Dickens. (Portsmouth, Reino Unido, 1812-Gad's Hill, id., 1870) Escritor británico. En 1822, su familia se trasladó de Kent a Londres, y dos años más ...


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                          Si te ha gustado lo mejor que debes hacer es ir a su blog/pagina.*****En mi blog no puedes dejar comentarios , pero si en el del autor. ********HA ENTRADO EN el BLOG/ARCHIVO de VRedondoF. Soy un EMPRESARIO JUBILADO que me limito al ARCHIVO de lo que me voy encontrando "EN LA NUBE" y me parece interesante. Lo intento hacer de una forma ordenada/organizada mediante los blogs gratuitos de Blogger. Utilizo el sistema COPIAR/PEGAR, luego lo archivo. ( Solo lo INTERESANTE según mi criterio). Tengo una serie de familiares/ amigos/ conocidos (yo le llamo "LA PEÑA") que me animan a que se los archive para leerlo ellos después. Los artículos que COPIO Y PEGO EN MI ARCHIVO o RECOPILACIÓN (cada uno que le llame como quiera) , contienen opiniones con las que yo puedo o no, estar de acuerdo. ******** Cuando incorporo MI OPINIÓN, la identifico CLARAMENTE, con la única pretensión de DIFERENCIARLA del articulo original. ***** Mi correo electrónico es vredondof (arroba) gmail.com por si quieres que publique algo o hacer algún comentario.***** Por favor! Si te ha molestado el que yo haya publicado algún artículo o fotografía tuya, ponte en contacto conmigo (vredondof - arroba - gmail.com ) para solucionarlo o retirarlo 
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