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                          La roca y el mar - Cuentos para el pueblo, García Salve,





                          El mar, hecho ola, golpeaba la roca. La roca, altiva, despreciaba sus golpes.
                          – ¿Por qué te resistes? ¿No ves que me conviertes en espuma?
                          – ¿Y tú por qué me golpeas?
                          – ¿Es que te hago daño?
                          – No, pero me ofendes.

                          Y la roca, con su pétreo orgullo, seguía resistiendo. La ola, a veces la acariciaba, a veces la golpeaba. Y la gaviota la sonreía: “Siempre están con el mismo problema”. Y bajaba volando y se posaba en la roca.

                          – Márchate gaviota, No te apoyes en mí.
                          – Eres como una mujer soberbia. No te molesto estás hecha para los pájaros.
                          – Yo soy sólo para mí.

                          Aquella tarde, la gaviota leyó en un periódico flotando en el agua: “Se va a canalizar la ría”.
                          – Roca, vas a morir.
                          – Yo no muero nunca.
                          – Te quedarás sin agua, sin peces. Sola y reseca como un esqueleto.
                          – Prefiero la sequedad. Prefiero la soledad. Así no me molestará el mar.

                          Y el mar volvía y lo azotaba con mimo. Pero la roca, cada vez más piedra, rompía al mar haciéndolo espuma.
                          Se vieron unas grúas en el puerto. Dragadoras, obreros, moles inmensas de piedra. La gaviota volaba y jugaba con el mar. El mar le entregaba sus peces, los pequeños.

                          – No, pero me ofendes.

                          La gaviota le dijo al mar:
                          – Van a desviarte de camino.
                          – ¿Quiénes?
                          – Los hombres, que van a canalizar la ría.

                          Y el mar lo sintió, porque estaba acostumbrado a la luchar con la roca. Tendría un problema menos y un descanso más. Pero el descanso le aburría.
                          – Déjame en paz, le gritó la roca.
                          – Ten paciencia, vengo a despedirme.
                          – No lo creo. Siempre vienes y vas. Volverás.
                          – No. No podré.
                          – Voy a quedar sola.
                          – Era lo que querías.
                          – Puedo vivir sola.
                          – Nadie puede.

                          Y vinieron los hombres. Y cayeron las piedras. Trabajaron las grúas. El mar no volvió. El mar encontró otro camino y conoció otras rocas. Al principio echaba de menos su roca. Pero debía moverse, encontrar otras rocas.

                          La roca se fue secando. Al principio disfrutaba de paz. Pero su soledad comenzó a aprisionarla. Ya no se posaba la gaviota. La suave humedad iba desapareciendo. Ya no podía llorar. Había quedado sin lágrimas. Las llamaba, pero no venían. Llamó al mar, llamó a la gaviota. Pero no volvieron.

                          Los niños iban a jugar. Colocaban pucheros viejos sobre ella y lanzaban piedras. Unos gamberros tiraron sobre ella un bidón de brea. La roca dejó de ver, dejó de oír. Había muerto.



                          Cuentos para el pueblo, García Salve, Ed. Zero, Madrid, 1971.



                          Francisco García Salve - Wikipedia, la enciclopedia libre


                          Francisco García Salve conocido popularmente como Paco el cura. (Farlete, provincia de Zaragoza 20 de noviembre de 1930) fue un sacerdote y sindicalista ...
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